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COP30: Regenerar las economías que sostienen la vida

La COP30, que se celebra en Belém do Pará en noviembre de 2025, marca un punto de inflexión histórico: por primera vez, la conversación climática global se desarrolla en el corazón de la Amazonía, allí donde el futuro planetario está atado a la salud de un territorio vivo. Y en ese escenario, emerge con nitidez una verdad que muchas comunidades han sostenido por décadas: no hay futuro climático posible sin transformar las economías que sostienen la vida en los territorios.


Comunidad amazónica ribereña rodeada de selva y canoas tradicionales, un paisaje clave para el turismo regenerativo y los debates de la COP30 sobre economías locales y conservación.

En este nuevo contexto, el turismo y el agro emergen como sistemas profundamente entrelazados que requieren una renovación de fondo. No basta con la sostenibilidad minimalista del “no hacer daño”: la ambición ahora es regenerar, restaurar ecosistemas, redistribuir valor y reactivar las economías locales desde la justicia.


El espíritu que anticipa la COP30 ya deja huellas visibles. Las comunidades amazónicas —que incluso han alzado su voz en protestas dentro del mismo evento— recuerdan que la transición no puede construirse sin ellas. Y mientras tanto, conceptos como regenerative finance, nature-positive value chains o trazabilidad profunda ganan terreno en debates internacionales, aunque aún estén en evolución. Paradójicamente, aquello que hoy se presenta como innovación es lo que guardianes locales, científicos comunitarios y emprendedores regenerativos llevan años practicando en silencio, algo que pueblos como los Munduruku hicieron evidente durante la COP30 al recordar que ninguna agenda regenerativa puede florecer sin escuchar a quienes han protegido la selva generación tras generación.


En este contexto, turismo y agricultura dejan de verse como sectores separados y se comprenden como partes de un mismo sistema vivo: el suelo que alimenta los cultivos es el mismo que sostiene experiencias turísticas basadas en naturaleza; la cultura que da identidad a un destino también define cómo se siembra, cómo se cocina y cómo se comparte; el agua vital para la producción es la misma que conecta a los visitantes con la memoria profunda de un territorio. Regenerar la cadena de valor significa reconocer que cada finca, cada hostal, cada reserva y cada comunidad pertenecen a un tejido mayor que exige coherencia, métricas y gobernanza compartida.


Los avances rumbo a la COP30 ya insinúan cambios concretos. Se empieza a hablar de territorios regenerativos como nuevas unidades económicas donde turismo, agroecología, energía limpia y biodiversidad se planifican de manera integrada. Los mecanismos de financiamiento climático avanzan hacia modelos más descentralizados que permiten que iniciativas pequeñas accedan a esquemas como blended finance, pagos por servicios ecosistémicos, créditos de biodiversidad o microbonos locales para proyectos que demuestran impacto real. Al mismo tiempo, la trazabilidad deja de ser un valor agregado y se vuelve una exigencia: medir agua, energía, suelos, carbono, empleo local y biodiversidad será un factor decisivo para participar en mercados globales cada vez más estrictos.


Para los territorios que sueñan con posicionarse como destinos regenerativos o paisajes

agroecológicos de alto valor, esto no es una amenaza, sino una oportunidad enorme. La COP30 abre un espacio donde los proyectos pequeños destacan precisamente por lo que los hace únicos: su conexión íntima con el territorio, su capacidad de generar transformaciones reales y su flexibilidad para innovar desde la escala humana. Una finca que monitorea polinizadores, un hostal que integra experiencias de ciencia ciudadana, una comunidad que registra agua y carbono, una reserva que combina conservación con turismo científico… todos ellos pueden convertirse en modelos replicables, financiables y escalables.


Este es un llamado a los emprendedores del turismo y del agro: el futuro no se escribirá únicamente desde ministerios o laboratorios, sino desde el territorio, desde sus métricas, sus historias y su capacidad de convertir cada cultivo, cada experiencia y cada dato en una pieza del rompecabezas regenerativo. El momento de prepararse es ahora. No para seguir una tendencia, sino para demostrar —con evidencia y con alma— que regenerar es posible, viable y profundamente transformador.


Desde Living Impact Studio seguiremos acompañando a quienes desean dar este salto: productores que buscan diversificar ingresos con coherencia, destinos que quieren elevar sus estándares de impacto, comunidades que desean crear nuevos mercados basados en identidad y ciencia, y emprendedores que entienden que turismo y agro pueden convertirse en motores de una economía más justa y más viva. La COP30 marcará un hito, pero su verdadero impacto dependerá de quienes ya están sembrando el futuro en sus territorios.

 
 
 

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